Todo empezó con la música de los intonarumori de Luigi Russolo; mientras la sirena de lo que parecía una bomba a punto de estallar resonaba, la conferenciante introdujo a las indomables huestes del submundo –niños- al increíble y mágico universo de las vanguardias, que los mantuvo absortos durante casi una hora; la charla se centró en el futurismo italiano y ruso porque su carácter lúdico lo hacía afín para explicar a los niños –futuristas por naturaleza- algunos arduos conceptos sobre el arte y la guerra. Primero el conferenciante expuso unos criterios generales sobre la revolución industrial, las artes y la guerra, y sobre las vanguardias, la tecnología, el cambio de mundo y su percepción, etc. Después se exhibieron diapositivas de arte futurista italiano y ruso que ilustraron sobradamente lo antedicho. También pudo escucharse la cafeínica voz de Marinetti. Algunos hallazgos futuristas provocaron el regocijo general; un plumero del todo a cien mantuvo a raya a los revoltosos, el público participó con observaciones y carcajadas, y, salvo algún ronquido de música moderna y una impávida momia que osó asistir enmascarada, todos confluyeron en su exaltación del futurismo y su adhesión a la rebeldía de aquellos artistas tan formidables que pueden ser su entrada al mundo del arte contemporáneo. El remate fue la exhibición de la maqueta ‘Monumento a la Tercera Internacional’ de Vladímir Tatlin, con cuyo espíritu utópico y animoso concluyó la entretenida velada.
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